Llevaba en sus
manos color azucena,
la triste muñeca
de tinte carbón,
Trinidad,
la niña más rubia
y más buena,
princesa del verbo más
bello de amor [...]
Sobre sus manitas
pusieron cual flor,
la muñequita negra,
de la mirada buena,
que alguien abanonara,
tal vez por su color.
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